Querido Steve, te escribo para contarte que al fin, a mi iPhone, le salieron patas.
Perdona que perturbe la paz de tu sepulcro pero quería que lo supieras.
Porque, a fin de cuentas… es lo que te propusiste todo el tiempo, ¿no? Desde el iPhone 1 (ok, no sé si hubo un iPhone 1, pero supongo que si alguna vez hubo una Apple 1… como sea, lo que quiero decir es que) siempre quisiste crear un teléfono libre como el viento, un teléfono con patas, no te hagas.
Y ayer, como ciñéndose a mis pesadillas de los últimos seis meses, mi iPhone descargó la aplicación “Pies para qué os quiero” a mis espaldas y huyó con otro en un taxi.
No es reclamo, querido Steve, tú qué vela tienes en este entierro si desde el 2011 ya ni siquiera… okey, mal chiste, pero mi punto es que creaste un objeto altamente codiciable, uno como para que tipos con trabajos decentes y una buena posición en la sociedad (no yo, no mires hacia acá) hagan filas de días tumbados en la calle. Uno como para que sujetos aparentemente funcionales (no yo, ya te dije) estén más al pendiente de la última versión del iOS que del día de pago. Uno como para que un taxista cualquiera, cualquier mañana de domingo, decida sin más decir matanga dijo la changa y poner llantas en polvorosa.
Y no lo culpo, la verdad. Como tampoco te culpo a ti.
Ya lo dijo antes alguien más sabio que yo, a lo mejor Santa Teresa o Buda: Los hijos y los iPhones… son prestados. Disfrútalos mientras los tengas; luego, déjalos ir.
La verdad es que, en su momento, sucumbí a la tentación. Un arrebato de esos de “me merezco un buen teléfono” me hizo caer en las garras del iTunes. Y todo fue felicidad hasta que empezaron a fastidiar las voces en mi cabeza. “No lo dejes sobre la mesa de la fonda porque le salen patas”. “No lo saques a la vista de todos en el metro porque le salen patas”. “No se lo prestes al niño en el parque porque…”. Bueno, ya entendiste.
Así que, en realidad, esta es una carta de agradecimiento. Gracias por crear un objeto libre como el viento porque así aprendemos la lección de que no vale lapena encariñarse con eso, con los objetos, porque son sólo eso, objetos, y el día de nuestra partida no habremos de llevarnos ni lo que traigamos puesto. (En el fondo eres un pillín Zen, Stevie).
Seis meses aproximadamente duró el idilio. Pero, como en cualquier idilio, no todo fueron violines y corazoncitos. El demonio de los celos me atormentaba a cada minuto. Todos los días me preguntaba si ese sería el día en que Siri se fuera con otro. Había días en que creía que el diabólico objeto nos dominaba a todos en la casa; últimamente ya ni siquiera nos referíamos a él como “el celular de papá” sino como “el iPhone de papá”; era como tener en casa un escuincle chamagoso que exige ser tratado como “su señoría”.
Pero ayer se terminó. Y cuando vi el taxi partir ni siquiera pensé en apuntar las placas. En el fondo fue un alivio.
Gracias entonces, Steve, por la magnífica idea del primer dispositivo electrónico con patas (o alas, si es 6 o superior) de la historia de la humanidad.
Y aunque sí extraño a veces la voz de Siri diciendo “Mira lo que encontré sobre el mal del puerco en internet”, la verdad es que mi Maizorola nuevo hace lo mismo que tu iPhone pero por un 20% del costo. Y trae radio FM (te lo recomiendo allá donde estés, que seguro no hay wifi y el 4G patina gacho). Y, lo mejor de todo, lo puedo sacar en el metro y hasta llamarlo celular en su cara sin que se ofenda.