Aún no se agota el calendario pero ya puedo decir, ante una agenda que sólo muestra una mínima salpicadura en el futuro, algunas cosas que he aprendido en este año:
Aprendí que no importa que atiendas docenas de visitas escolares; con cada una estarás nervioso al iniciar (como la primera vez) y eufórico al terminar (como la primera vez.)
Aprendí que no importa que publiques varias novelas gordas o tan sólo un libro delgado; el poner algo en el mundo donde antes no había nada sigue sintiéndose igual de bien que cuando mostrabas (por fin) a alguien tus cuentos inéditos de cuaderno Scribe.
Aprendí que no importa cuántas veces te entrevisten en la tele o en la radio o en la web; siempre te quedarás con aquella entusiasta entrevista que te hizo, para el periódico escolar, ese chico que sí te ha leído.
Aprendí que no importa que te lleven a las ferias más internacionales o a las más locales, que te hospeden en los hoteles más lujosos o en las casas más modestas, que te llenen grandes auditorios o aulas pequeñas; siempre será la gente la que haga la diferencia, la que conseguirá que quieras volver de nueva cuenta, la que te permitirá, a solas en la habitación 804, sentirte un poco menos lejos de casa, así estés en otra ciudad o en otro continente.
Aprendí que no importa si es cuando están operando a un ser querido, o cuando no te dejan subir a ese avión que te llevaría a casa o cuando segundos después de un temblor temes lo peor de lo peor de lo peor y piensas que el jodido sol se ha escondido para siempre; te equivocas; la tierra es redonda y gira y en menos de lo que cuentas ya te estás riendo con un chiste o algún meme.
Aprendí que no importa lo que te hayan hecho creer; todo el tiempo puedes hacer cosas nuevas, novelas de zombis, perderle el miedo a las pasas (intentarlo al menos), contar al piano tus propios cuentos… así sea el último minuto de la última hora del último día de diciembre; y te vacuna, sí, contra la muerte.
En fin.
Aprendí que no importan (y por mucho) tantas cosas, que avergüenza recordar cuando creías que sí; aprendí que lo que importa tiene que ver más con una ducha caliente y con quién te ríes cotidianamente que con cinco o seis cifras y un millón de clicks.
Y eso, a mis cincuenta (si no lo desaprendo después de la cruda de Reyes), ya es bastante más de lo que sabía al salir de la escuela. Digo yo. Y qué bien.