A seis años

 
 
En las primeras páginas del mi libro “Siete esqueletos decapitados” dice, apenas después del título: “Para Bruno, justo a tiempo”.

Cuando tecleaba esa frase en el archivo, minutos antes de guardarlo y enviarlo a mi editor (sólo tecleo la dedicatoria si sé que la novela ya está terminada, es lo último último último que hago) sabía perfectamente que mi primer hijo (aún en la panza de su mamá en ese momento) estaba a pocos días de arribar al mundo. Me equivoqué por poco. Bruno nació justo ese mismo día, unas cuantas horas después de que mandé a Océano la primera versión de “Siete esqueletos decapitados”.

Hoy Bruno Malpica tiene seis años cumpliditos. Los mismos que tiene, a mi lado, Sergio Mendhoza.

Cuando creé el mundo de “Siete esqueletos decapitados” lo hice pensando en el libro de terror que a mí me hubiera gustado leer cuando era un muchacho ávido de historias de miedo. Y creo que conseguí algo, si no exacto a lo que me planteé, al menos sí bastante aproximado. Pero luego sin querer, sin proponérmelo en realidad, los personajes se me fueron escapando de las manos, fueron haciéndose de su propia vida y sus propios sueños. Y me dí cuenta, cuando estaba cerca del final de ese primer libro, que simplemente no quería dejarlos ir.  Así que cometí la osadía de dejar abiertas varias puertas; hice mi apuesta y pedí a Daniel Goldin, mi editor, que me permitiera seguir manteniéndolos vivos porque, de no ser así, una parte de mí moriría antes de tiempo. Por eso, después de todos estos años, aún siguen a mi lado, porque comprendí a tiempo que Sergio, Brianda, Jop, Guillén, Farkas… son también Antonio Malpica. Y, Antonio Malpica, ellos.

No ha sido fácil. Se me ocurrió el chiste de escribir una saga de cinco libros. Pero de chiste no ha tenido nada. He puesto todos mis recursos literarios, mi cariño y mi tiempo en estos personajes, en esta aventura, en este mágico grimorio. Y debo admitir que, cuando inicié, no me imaginé que fuera tan laborioso… pero tampoco tan gratificante. La respuesta de los lectores (pocos pero muy devotos) ha sido de lo mejor que me ha pasado en la vida como escritor. Y estoy sumamente agradecido.

Tal la razón de estas líneas, de este rollo tan azotado pero también tan del corazón. Porque hoy, después de una laaaaarga espera, al fin puedo anunciar que ya tenemos con nosotros la tercera entrega, un libro que pongo en manos de mis lectores con el mismo miedo del cocinero que da a probar al más exigente paladar su última creación culinaria; con el mismo miedo del actor que, justo al salir a escena, reconoce entre el público al crítico más estricto. (¿Cuánto miedo puedes soportar, Malpica?) Así que ahí están, vivos todavía, mis otros hijos de seis años. Sergio a la cabeza, mi querido y heróico muchacho a quien he hecho pasar por cosas tan terribles que a veces quisiera sacar de los libros para poderlo abrazar con fuerza. Lamentablemente lo único que puedo hacer es seguirlo escribiendo. Y puesto que sólo así podré ayudarlo a que al final consiga lo que todos (autor incluido) anhelamos para nuestros hijos (dígase la consecución del sueño, la tranquilidad del alma, la satisfacción del trabajo bien cumplido, eso que llaman felicidad acaso) lo seguiré escribiendo mientras haya oportunidad y vida.

Gracias a todos los que han seguido conmigo, con Sergio, en esta emocionante aventura. Gracias por la paciencia y el cariño. Por lo que ha habido y por lo que vendrá. Supongo que cuando tenga lista la última entrega, mi hijo Bruno ya habrá leído las aventuras de su hermano de papel y podrá, junto conmigo, junto con los lectores que también lo quieren, ayudarlo, desde este lado de las negras portadas, a completar su destino.

Ojalá que sí. Esa es mi apuesta y en ella pongo mis esperanzas.