La otra pregunta que siempre te hacen los niños lectores es ésta: “¿Cuál de los libros que ha escrito es su favorito”?
Y la respuesta siempre es la misma. Al menos en mi caso. “Bueeeno, todos son mis hijitos, ¿cómo voy a querer más a uno que a otro? Imagínate que le preguntas a tu papá cuál de sus hijos es su favorito. ¿Ah, verdad? Te pones verde. Pues lo mismo.”
El problema es que es cierto.
El libro que acabas de escribir ocupa el mismo pedazo de tu corazón que el que escribiste hace diez o veinte años. (Perdón lo cursi, pasa cuando hablas de tus enanos).
Y la única otra cosa más gacha que una depresión post parto (“¡Uf, terminé! ¡Seis meses de matar dragones, pero valió la pena!”, guardas el archivo, cierras la lap, miras en derredor y nada ha cambiado, estás solo en la habitación y apenas se escucha el grito del del gas desdibujado a la distancia; dos minutos más tarde, comienza el desinflón: “chale, ¿y ahora?”), lo único más gacho que eso es la angustia por la espera del dictamen (“nos preparamos bien, repasamos todas las capitales, en el coche se las pregunté todas, hasta las más difíciles, se supo hasta la de Belice, ojalá le vaya bien, ojalá lo acepten, híjole, no sale, ¿cuánto tiempo lleva allá adentro? ¿y si no se queda? Ya salieron un montón y él todavía allá adentro, híjole, ¿y si no lo aceptan? ¿Y si termina de delincuente juvenil?”)
¿Y si se queda para siempre en mi disco duro?
Por eso, la petición, concretamente, es ésta: Si usted edita y no quiere el libro, piense en ese padre que agota la cajetilla de cigarros de espaldas a los muros de la escuela. Piense que ya es tarde, ya salieron todos los muchachos y ese padre se tiene que meter a preguntar con el Jesús en la boca. Piense en lo feo que es llegar hasta el salón –vacío- y encontrar al chico llorando en el baño, tantas esperanzas, tanto que repasamos Belmopán Belmopán Belmopán, tan aplicado que fue hasta la secundaria…
Tanto agradece un autor un mensaje de “Nos gustó, felicidades” como uno de “Qué pena, acertó en las capitales pero la regó en derivadas e integrales”. Hable, escriba, mensajee. No sea gacho. “PD. Tu gato ha muerto y tu novela apesta”. (¿Vio qué fácil?) Porque el cariño por esos hijitos de tinta es el mismo en todos los casos. Y eso incluye a aquellos que están estudiando el posgrado en el extranjero como a los que están propineando –todavía- en la fonda de la esquina.
Ora que si el escuincle se quedó jetón a medio examen, por favor no haga caso. La culpa es de los cigarros, que se acabaron muy pronto.