Y aunque es cierto que a todos les tiene uno el mismo cariño, también es cierto que no a todos los quiere uno de la misma manera.
Los hay que sobresalen entre sus hermanos no por mejores o peores sino porque, en cierto modo, sacaron un poquito más de su padre. En el buen y el mal sentido. Los ojos. Las orejas. La nariz…
He aquí uno de esos casos.
Puedo asegurar que, desde Billie Luna Galofrante, no experimentaba tan fuerte esta sensación de sacarme un peso de encima, esto tan parecido a quitarme la mordaza, pegar el grito, respirar.
Claro, se sorprende uno temblando, como cuando se hace una declaración de amor y se está a la espera de la respuesta del ser amado. Pero igual la liberación existe. Está. Y es genuina. (“Uf, le dije; al fin; lo que venga es bueno”).
Sin más, afirmaré que, en materia de fantasía, es de esto de lo que me gustaría que se conformara el universo. Es este el tipo de historia que me gustaría creer factible. Donde se juega más con la posibilidad que con la certeza. Y puesto que --como con Billie Luna-- este libro pretende también ser un espejo, supongo que igualmente causará entusiasmo e irritación. Cada lector creerá lo que quiera creer. Y podrá molestarse o alegrarse en su propia medida. Lo que sí creo poder adelantar (y lo espero fervientemente) es que no habrá de leerse con indiferencia.
Dicho lo cual, y agradeciendo la atención prestada, dejo con ustedes, ejem… y no, no tiene nada que ver con el equipo albiceleste que juega en la Nápoles, ejem… con ustedes…