En este, el cumple del señor Andersen, sirva la siguiente reflexión como mero desahogo personal.
Ejem...
Mari Fer, que por mucho tiempo fue el brazo armado de la autoridad (se sonaba a sus compañeros cuando no obedecían a la maestra) se pasó a las fuerzas rebeldes y ahora es líder de la revolución intramuros del prekinder B. Al más puro estilo de la insurrección clásica, ahora tiene pleito casado con todo aquel que, en nivel jerárquico, esté por encima del metro veinte de estatura. Y no sólo se permite el lujo de la violencia física (box, jiujitsu, representación de Linda Blair en su papel más recordado) sino también verbal (al teacher de deportes de plano le salió con que “yo sí tengo una mamá que me quiere y tú no” adornado con trompetilla; y eso, en mi opinión, es la versión pediátrica de una buena mentada de madre).
Con todo, en el cuaderno de las quejas, siempre la miss informa que se portó mal PERO… y aquí viene el acertijo… increíblemente, siempre está contenta en clase. En la misma hoja en la que dice que es una groserota y que no obedece y que se sube a las mesas a sublevar a sus compañeros… siempre viene palomeada la carita feliz.
Ésta: 🙂 _____ No ésta: 🙁 _____ Ni ésta: :-O _______ Ni ninguna otra.
Lo que me lleva a pensar que la chamaca está en plena fase de domesticación. Y eso, de algún modo, me ha hecho sentir así: 🙁
Qué le vamos a hacer.
Porque Mari Fer, aunque usted no lo crea, hasta cuando suelta una de las grandes (“tienes cara de plátano” es una de mis favoritas) se la echa riendo. Lo mismo que cuando brinca en la cama o se escabulle de la bañera o agarra un libro. Y eso me hace pensar cuando en el canal de Disney pasan la de “Libre soy” (de Frozen) y la escuincla corre a la pantalla diciendo “¡Mi canción!” (sí, ya sé que parece inventado pero juro por su abuela que es así, no sé de dónde sacó la idea, habrá que preguntarle a su mamá…)
Y es que en estos días me he sentido en gran medida como esos padres que quisieran una fórmula mágica para arreglar los entuertos de la educación infantil. Un libro, por ejemplo. Uno donde una niña mal portada, al final, acaba portándose como angelito. Y me veo pensando en “los valores, mensajes, moralejas” de los libros acaso porque yo mismo, hoy en la mañana, traté de usar la ficción en mi beneficio: “Mari Fer, si no te portas bien, te vamos a cambiar a una escuela en donde las maestras son brujas de a de veras. ¿Eso quieres?”
Y la chamaca… “No, papá”. Pero siempre así: 🙂
A lo mejor porque sé que al final Mari Fer va a terminar siendo una buena niña. (Lo manda el juego de la convivencia. La civilización. Etcétera.) O a lo mejor nada más porque vale la pena apuntalar un recuerdo. El caso es que pongo aquí este pedazo de melancolía porque bueno, en el cumple del mismo hombre al que se le ocurrió que la vanidad de una niña se puede corregir cortándole las patas con un hacha, de repente se me hace que algún día vamos a extrañar el tiempo en que los libros infantiles no eran historias, personajes, palabras y dibujos… sino una casita, un barco, un sombrero. Un mero pretexto para ser felices. Libres y, en verdad, felices.