A decir verdad, nunca me había enfrentado a ese sentimiento de desamparo que –también- ofrecen las letras. Y es bastante gacho, para ser sinceros. Y relato aquí como mero apunte personal para el futuro.
Cuento brevemente que Juan Carlos trabajó con ganas y entusiasmo una novela histórica que prometía muchísimo, que le metió cariño y cuidado como he visto hacer a pocos autores (incluso el que esto escribe), que revisó y volvió a revisar su texto, que se atrevió a regresarse a pulir desde el capítulo uno aun cuando ya iba en el doce o trece; cuento no sin pesar que estaba trabajando un relato que tenía luces de “El viejo y el mar”, “El viejo que leía novelas de amor” y “Gringo viejo” (exacto, iba de un viejo coronel del norte que inicia una jornada para rescatar a varias mujeres secuestradas por los apaches, a finales del siglo XIX); cuento también que nunca había publicado una novela y eso le hacía una ilusión de niño chiquito, que el saber que sus compañeros de taller y nosotros, sus profes, Alfredo Ruiz Islas y un servidor, estábamos tan entusiasmados con su proyecto, que se atrevía también a especular qué editorial sería la buena, qué mes el mejor para la presentación, qué título, qúe colores para la portada, qué futuro vivir a partir de ese momento.
Pero la Muerte no tiene palabra de honor. O la mínima decencia. Y gracias a ella el coronel Serna va a cabalgar eternamente en pos de unas damas que ya no sabremos jamás si fueron rescatadas. O en qué forma. O qué colores la portada.
Vaya aquí este apunte personal en reconocimiento a todos esos autores que, no por no haber podido publicar nunca su primer libro, quisieron menos a sus personajes. O los delinearon pobremente. O les concedieron vidas mediocres. A ellos, aunque principalmente a Juan Carlos, un brindis de pie, con ese vino de honor reservado para la presentación de su libro, porque una historia, un personaje, una forma de contar… también son literatura, aunque cuenten con un solo lector en el mundo, carezcan por completo de desenlace, o nunca pasen a engrosar las filas de Amazon, Gandhi, el Sótano.