Je suis Charlie

 
Y bueno… a mí también me gustaría decir “Yo soy Charlie”. Como a cualquiera.

Pero no sé… hoy, por ejemplo, mientras caminaba por una angosta banqueta, un loco ciclista venía de frente hacia mí y, por razones que atañen principalmente a los postulados de la física clásica (dos objetos no pueden ocupar simultáneamente un mismo espacio) me vi obligado a bajar ipsofacto al flujo vehicular. Pero es cierto que, por una centésima de segundo, mientras lo veía venir a toda carrera, pensé. “¿Y por qué me he de bajar yo si es él quien no debería circular por la banqueta?”, a lo que me autorrespondí en otra posterior (y urgente) centésima de segundo:”porque si no te bajas la pagas, zoquete, así que mueve el trasero o ponlo duro y vete preparando para lo que siga: magulladuras, discusión, retraso, etc”.

Centésimas de segundo importantes.

Porque en un tris decidí que me importaba más mi bienestar que la posibilidad de acusar una injusticia. A lo mejor una injusticia de juguete pero injusticia al fin.

El tipo va a seguir circulando por la banqueta como si nada hasta que le pegue a una viejita y yo voy a ser corresponsable por lo que le pase a la señora. Aunque no me guste. Sencillamente porque no quise enfrentar un guamazo, una discusión, un retraso…

Son pocas las personas que, ante la disyuntiva de plantar cara o salvar el pellejo, sin pensárselo demasiado (sí, una centésima de segundo puede ser demasiado), eligen el camino que, a pesar de ser poco recomendable para conservar el peinado (o la salud) les va más en materia de dormir sin sobresaltos y de poder ver a sus hijos sin pena a la cara.

Son pocos los que se dejan la vida en la defensa de una postura.

Los dibujantes de Charlie Hebdo, por ejemplo.

Y no, yo no soy uno de ellos… aunque me gustaría serlo.

Hoy un petulante ciclista me dio esa lección.

Y mi cobarde consuelo es esbozar dos íntimas plegarias:

Una, por que algún día una centésima de segundo sea demasiado tiempo para que yo piense bien las cosas y actúe correctamente.

Y la otra, para que esa hipotética señora del futuro tenga huesos fuertes. O bien, se llame Rosa Parks.