Con bastante frecuencia escritores en ciernes me hacen llegar manuscritos para que les dé mi opinión sobre ellos (sobre los manuscritos, se entiende (y también se entiende (espero) que uso la palabra manuscrito como un decir: hoy en día todo es electrónico)).
El caso es que todo lo leo con gusto y cariño… cuando al fin puedo entrarle. La verdad es que usualmente ando hasta el cuello de chamba y obligaciones, ya ni hablar de mis propias lecturas, esas que voy formando también encima de mi buró y hasta echan polvo de tiempo y olvido. Por eso me tardo tanto en responder. O sea que no es grosería ni desdén. Échenle la culpa a aquel que haya decidido que la raza humana naciera en la Tierra y no en Mercurio, donde los días duran más de ocho semanas, ¡ocho semanas!, ¡la de cosas que podría escribir y leer antes de irme a la cama!, claro que siempre habría que tener prendido el aire acondicionado y los cuentononones del recibo de luz serían un problema bastante mayor que terminar una novela y eso sin contar con que…
Bueno.
El asunto es que quise preparar esta mínima guía para aquellos que acaban de terminar un manuscrito del tipo que sea. Alguno de ustedes acaso haya terminado un texto y, como tiene el correo o el face o la página de su autor de confianza, piensa que no es mala idea mandárselo al señor (o señora (o señorita)) para conocer su opinión. Y no. No es mala idea. Pero a veces el proceso se conforma así (y no es choro, aquellos que lo hayan padecido conmigo sabrán que no miento):
Dos respuestas por correo, inbox, whatever:
1 – “Claro, con gusto, abrazos”.
2 – “Leí tu texto. Me gustó. (O no). (Quítale, ponle, etc). Abrazos. ¿Qué tal las cosas en el colegio?”.
Comprenderán que cuando ya pasaron siete años entre el primer mensaje y el segundo, ya no sirve de mucho la opinión del señor o señora o señorita. Y el que recibe la contestación acaso ya hasta esté vendiendo más novelas que el de marras o cambiando una llanta en el periférico. “Hola. Qué gusto saber de ti. ¿El colegio? Ah sí. Me gradué de dentista en mayo. ¿Sigues escribiendo para niños? ¿Cómo andas de tus muelas?”
Así que, antes de realizar cualquier envío recabando una opinión (a tu autor, a tu novia, a tu profe de literatura, a tu abuelita), primero hazte, por favor, estas cinco inofensivas preguntas:
1 – Sí, pero… ¿qué opino yo?
De acuerdo. Te interesa la opinión de alguien de confianza pero… primero… ¿qué opinas tú? Acuérdate que el primer lector al que tienes que satisfacer eres tú. ¿Tienes una opinión buena de tu texto? ¿QUÉ? ¿Que no? ¿Que te parece malo? ¿O regular? Entonces algo no checa. Ningún autor o profe o abuelita (o novia, ¡válgame!) podría (o debería) hacerte cambiar de opinión al respecto. Nadie te puede decir que algo tuyo es bueno si tú lo consideras malo. (¿Qué clase de carrera autoral vas a seguir si produces algo sin convencimiento por mucho que te lo aplauda el mundo? Además, nadie te va a hacer la tarea.) Así que… si no tienes una buena opinión de tu texto, trabájalo hasta que la tengas. Y luego mándalo.
2 - ¿De veras me interesa otra opinión o lo que quiero son porras?
Cierto. A veces pasa. Tienes ahora TAN buena opinión de tu propio texto que sólo lo envías a otros para que te digan lo maravilloso que es y lo mucho que se merece el autor una portada en Esquire. O para que te manden al editor con siete sellos de certificación de “próximo best seller”. Okey. Pero… ¿y si no? ¿No se trataba de opinar? ¿Para eso era el envío o nomás para ir armando tu club de fans? Entonces escucha. Acepta. O rechaza (se vale). Pero no hagas mala cara si alguien a quien le diste la confianza de leerte te responde con honestidad.
3 - ¿En verdad está listo mi texto para que otros lo vean?
Igual pasa. Llegan textos a los que les falta cuidado. Y mucho. Textos que hacen evidente que ni el propio autor le dio una segunda leída a su propio trabajo (el autocorrector hizo de las suyas, hay dedazos imperdonables, cero sangrías, etc). Hazme caso en esto: nadie es tan genial que pueda crear un texto digno de leerse a la primera senada (sentada, quise decir; ¿ves?). Todos revisamos. Los premios nobel revisan. ¿Tú… por qué no?
4 - ¿Lo considero un chiste o en verdad quiero escribir?
Lo mismo. Si lo ves como un chiste, pues entonces lo es y, no me lo tomes a mal, pero… mejor salte de la fila. Hay gente que en verdad le mete todo el cariño a su escritura y quiere una opinión sincera de su trabajo porque le interesa, porque le apasiona, porque quisiera mejorar. Pero si tú te sientas entre dos programas de la tele a escribir un cuento de vampiros en la tableta y luego lo mandas a alguien para que te dé su opinión (misma que, cuando llega, ni agradeces), entonces hay algo que no checa y gacho. Bueno… en realidad me fui al extremo, pero creo que me entiendes. ¿Te interesa la escritura en verdad o sólo estás de paso? Hay una forma muy fácil para darse cuenta de esto: ¿Puedes dejar de escribir, aún sin proponértelo? ¿Pasan días y días y no sientes la necesidad de sentarte a darle a la letra? Entonces estás de paso. Y acaso sí sea un chiste. Y acaso sea mejor que le preguntes al Piojo Herrera qué piensa de tu tiro con chanfle.
5 - ¿Y de veras necesito la opinión de este cuate o puedo seguir escribiendo sin ella?
¡Genial! ¡Qué bien que se te ocurrió! Puedes. Y mucho. No necesitas la opinión de nadie para escribir. De hecho no necesitas que nadie te nombre o condecore como escritor para serlo. Sólo necesitas escribir (y no poder dejar de hacerlo, aún proponiéndotelo con todas tus fuerzas). La pura verdad es que en este oficio te vas haciendo a pulso, más por instinto que por certeza. La opinión de otro puede funcionar si -y sólo si- te hace sentido, si te acomoda, si sientes que hace crecer tu trabajo en vez de sabotearlo. Y eso sólo lo puedes decir tú. Nadie, ni siquiera tu escritor más admirado, tiene el derecho de modificar tu voz narrativa si tú no estás de acuerdo. Lo que algún día se imprima en papel o recorra el mundo en bytes con tu nombre por delante será tuyo y solo tuyo. No de tu autor de confianza, profe, novia o abuelita. Y nunca estarás más listo para mandar algo a una editorial que cuando tú, con el corazón en la mano, puedas afirmar que ha llegado el día. Porque le has puesto todo tu cariño, empeño y dedicación. Y porque para ti es importante. Tal vez lo más importante del mundo.
Y pues ahí está. Me voy a leer manuscritos. Pero antes quiero dejar un último consejo (¡No, otro no!) Sí. Sólo uno, en verdad. Para que duermas tranquilo a pesar de que tu autor de confianza nomás no responde, no responde y no responde. (Y ya pasaron siete años y hasta tienes varios diplomas en la sala):
Al final, ninguna opinión sobre tu trabajo es, en realidad, definitoria. Ni siquiera la del editor que te manda una carta muy gentil de rechazo. Si le pasó a J.K. Rowling... ¿por qué no te puede pasar a ti? ¿O a mí? (Y me ha pasado). Tü escribe, que lo demás (de veras, ya lo verás) es lo de menos.