Hoy concurso de spelling y de cálculo en la escuela del niño. En el patio. Frente a una mesa de profesores como en juicio sumario. De espaldas a la audiencia. Pasando de a uno por uno y con micrófono abierto. Pelas en la primera ronda de spelling y sexto lugar en cálculo. Esperaba más de sí. Llegó a la casa llorando. A pesar del cielo gris y el clima frío y los cientos de miradas y que la voz de un niño de 7 años repitiendo un resultado en un micrófono es ya de por sí heróico. A pesar. Se puso a jugar en la tableta con la mirada vidriosa. Yo me senté a su lado buscando cómo decirle que no importaba, que era solo un concurso, que lo verdaderamente importante es que sus calificaciones… en general… y además nosotros… sus papás… Coño. Preferí abrazarlo. Porque al final sí que importa. El mundo es un concurso ruin. Darwin era un tipo bastante atinado. Y aunque nosotros, sus papás, siempre lo vamos a querer así quede en sexto o en último, allá afuera no va a dejar de hacer frío por ello. Lo mejor es que él no dejó de jugar con la tableta en ningún momento. Me presumió sus puntajes en Dragon City, como confortándome él a mí. Y con ese gesto me hizo sentir, de alguna manera, que si algún día obtiene el oro, no dejará de mirar hacia abajo, hacia los que quedan en sexto o en último. Y ese momento en el que se pasaba el dorso de la mano por las mejillas mientras hacía pelear dragones, me hizo pensar que, en un mundo ruin en el que siempre hace frío y a veces no hay abrigos para todos, tal vez la derrota es la mejor manera de reconocernos humanos. El chiste es no olvidarlo.