Nomás por no quedarme con las ganas quiero compartir el enorme gusto que me dio encontrarme, en el libro “Las correcciones”, de Jonathan Franzen, la descripción de una lucha épica de a deveras, de esas que forjan héroes y encumbran naciones, un poco como ver caer un dragón al abismo o a un demonio ser reducido a cenizas pero en el interior de la casa, entre el refri y la ventana de la cocina. Y es ésta: la batalla de un niño contra su plato de hígado encebollado. Es tan gloriosa la gesta que hasta se replica en la portada. Ya sé que a varios de aquí les parecerá una babosada pero, para los que nos enfrentamos con monstruos así de feroces en la niñez, no sólo nos sabe legendario y grandioso este triunfo sino que nos hace recuperar la fe en la literatura. “¡No te puedes parar de la mesa hasta que termines!” rugen los dioses ante el infortunio del héroe. Y para prueba, este botón, digno de la caída de Patroclo en algún verso (cómo no) del mismísimo Homero:
“El agotamiento se le hizo más profundo cuando subió. La cocina y el comedor eran ascuas de luz, y parecía haber un muchachito derrumbado sobre la mesa del comedor, con la cara apoyada en el salvamanteles. La escena era tan incorrecta, era tal su morbo de Venganza, que, por un momento, Alfred llegó a pensar que el chico de la mesa era un fantasma de su propia infancia. […] En una oscuridad algo menos azarosa, cogió al chico en brazos y lo llevó al piso de arriba. El chico tenía el dibujo del salvamanteles impreso en una mejilla. […] Al regresar al comedor, notó el cambio en el plato de Chipper. Los muy oscurecidos márgenes del hígado habían sido recortados cuidadosamente, y comidos, igual que la costra, hasta el último trozo. […] Daba la impresión de que, a fin de cuentas, Chipper se había comido el trocito de cada cosa estipulado en el acuerdo, seguramente a un elevado coste personal, y había sido llevado a la cama sin el postre duramente conquistado.”
Si eso no es el triunfo del espíritu humano sobre la fatalidad y el destino (y en technicolor), entonces todos hemos sido engañados por Calíope. (Sí, Aquiles, tú también). Y me largo a ver la tele.