Ajedrez de Preescolar

 
No fui yo quien quiso enseñarle a jugar ajedrez a Marifer a sus cuatro años. Fue ella quien, después de vernos jugar a su hermano y a mí, quiso sacar el tablero. Puesto que no quise abrumarla con demasiadas reglas le expuse lo básico: gana quien mata al rey contrario. De ahí se desprendió un mover las piezas a lo loco, comiendo aquí y allá, hasta que una torre (por decir algo) podía volar por los aires y caerle al rey encima. El regicida entonces alardeaba: “jaque mate”, y se proclamaba vencedor.
 
Lo cierto es que, después de algunas partidas, noté que este asunto de matar (o comer) no la ponía de buen humor. Así fueran peones (pelones, ella les llama) o torres (castillos, según ella), caballos (caballitos) o alfiles (velas), a la primera pieza sustraída del tablero ella se ponía de malas, hacía volver al caído por sus fueros (“trampa, papá, esa pieza no la puedes comer todavía”) y la emprendía con una venganza carnicera (“pues yo me como tu reina, a ver qué se siente”) que por una nada no terminaba en guerra nuclear (hacer volar el tablero por los aires y ya no juego y mejor me voy a ver la tele, con su correspondiente enseñón de lengua).

 
La increíble solución fue escuchar su propuesta de reglas, básicamente estas tres:

  1. Puedes mover la pieza que quieras adonde quieras.
  1. No se vale comer.

 
¿Y entonces quién gana?
 

  1. Nadie gana. Y nadie pierde.

 
:-O

 
Así, la partida se volvió un día de campo, en el que dos ejércitos dejan de ser enemigos, para simplemente pasearse entre sus filas y convivir unos con otros.
 
“Te va, papá”, decía ella a cada rato.
 
“Te va, Marifer”, contestaba yo.
 
La reina blanca podía estar a una casilla de la reina negra sin temer por su vida. Lo mismo los pelones. Y los reyes, ni se diga, hasta compartieron el vino y uno que otro chascarrillo de carne republicana.
 
“Es lo más aburrido del mundo”, decía su hermano cuando pasaba.
 
Y aunque es cierto que una obra de Shakespeare basada en nuestro argumento mataría de tedio a la audiencia y haría suicidarse a más de un crítico, de repente pensé que todos los días se aprende algo nuevo. Y que si pudiera yo ofrecer verdaderas soluciones para muchos de los conflictos en el mundo serían, básicamente, estas tres:
 

  1. Los líderes, frente a frente y desarmados, a la mesa.
  1. Una buena partida de ajedrez de preescolar…

 
Y al final, claro,
 

  1. Tacos para todos.