Me precio de ser un lector empedernido. Leo siempre que puedo y todo lo que puedo, lo cual no significa que esté obsesionado con la lectura (aunque sí hay libros abiertos en casi cada cuarto de la casa, no los tomo a media merienda o al salir de la ducha) ni tampoco que devore todo lo que cae en mis manos (hay libros haciendo fila desde hace varios años; ¿esos que te compraste con el nuevo nobel (que no conocías) y que luego te dio flojera abrir?; pues eso mismo). Pero también es cierto que, desde que descubrí que la lectura podía ser placentera, no he dejado de leer casi ningún día de mi vida (confieso que hay vacaciones en las que, después de varias horas de sol y agua y mariscos y malta embotellada, abrir un libro en el camastro y no terminar con él en la cara es una hazaña prácticamente imposible). Y como ese descubrimiento del que hablo ya tiene algunos añitos, me he atrevido a enumerar siete prácticas que he ido desarrollando y que me son en verdad muy útiles para disfrutar aún más la lectura, dado que es algo que de repente me preguntan con frecuencia.
¿Cómo lee Toño Malpica?
(O para darle mejor saborcito… ¿cómo NO lee Toño Malpica?)
1. No lee la cuarta de forros.
¿Qué? Pues eso. Como leíste. La contraportada me estorba. Tanto, que llevo años leyendo sin enterarme, desde el capítulo uno, de qué va el libro. Y es que, en verdad, me he dado cuenta de que, si permites al autor sorprenderte desde el principio, el texto se vuelve mucho más gozoso: todo es nuevo en tu lectura. No sabes si van a viajar a París o si muere la tía o si los sorprende una tormenta. El libro se disfruta por completo y sin menoscabo de nada. Ya sé que me vas a decir que, entonces, cómo puedes saber si un libro va a interesarte, dado que no tienes ningún adelantito para evaluarlo. Y tendrás razón. Pero creo que es un riesgo que vale la pena correr. De todos modos, muchos “adelantitos”, cuando no son horrendos “adelantotes”, tampoco reflejan muy bien lo que hay ahí dentro. Así que… ¿Qué es lo que yo hago? Escojo mis libros por lo que sé de ellos intentando no anticipar una sola línea de la trama. Por el autor, por la colección, por recomendación (principalmente, ya sea de algún cuate, algún blog, alguna nota periodística), porque es un clásico, por curiosidad, porque vi a una chava en el metro súper abstraída… de todos modos, me he dado cuenta, a lo largo de mi bibliofágica vida, que es muy difícil arrepentirse de alguna lectura, la que ésta sea (incluso las de cierto brasileño calvo que vende mucho), porque aprendes a discriminar, seleccionar, elegir… confiar en tu instinto. Y a valorar la lectura por la lectura misma.
2. No se apresura.
La lectura, en mi opinión, tiene que ser disfrutada del mismo modo que haces con un platillo exquisito. ¿A poco no es mejor, cuando tu mamá te prepara tu comida favorita, si te das el tiempo de paladear cada bocado? Nadie, que yo sepa, prefiere terminar cuanto antes algo que disfruta mucho. (Lo cual tampoco significa que te la pases masticando hasta que ya todos se fueron a la cama.) Algo similar pasa cuando escuchas tu música preferida. ¿A poco le dejas el dedo apretado en el fast forward porque lo que te urge es abarcar lo más posible, agotar varios álbumes en el transcurso del día? Pues lo mismo con los libros. En mi caso, disfruto tanto algunas cosas que me llevo a los ojos, que no me importa regresarme sobre algún párrafo y leerlo varias veces. A veces la belleza más deslumbrante está escondida entre dos líneas; y conviene poner atención, para que no vaya a pasar de largo. A lo mejor no lo has pensado pero, a lo largo de tu vida, no vas a leer ni siquiera la quinta parte de todos los libros que quisieras. Y es una pena. Pero creo que es mejor pocos libros bien leídos que muchos a la carrera. Por eso a mí se me hincha el corazón de gratitud cuando alguien escoge un libro mío y lo lee de cabo a rabo, porque significa que está dejando fuera de su elección de vida, muchos otros ejemplares (clásicos incluso, algo de Tolstoi, por ejemplo). Y ya nada más por eso, me dan ganas de correr a abrazarlo e invitarle un café y una dona.
3. No teme a los libros gordos.
Una de las ventajas de los libros es que se infiltran en tu vida. Y esto no es una forma elegante de hablar. No. Un libro te acompaña a todos lados y es perfectamente posible que haya una cruenta batalla por salvar la Tierra mientras viajas de Copilco a Balderas y, luego, la conquista de un planeta lejano entre el postre y la siesta. Maravilloso ya de entrada. Pero con los libros gordos el milagro es mayor porque es a más largo plazo. Un libro gordo te acompaña y se infiltra en tu vida por días y días hasta que los personajes se vuelven parte de tu rutina; incluso estás deseando subir al metro para ver quién se quedó con la chica y hasta lamentas el momento en que llega tu estación porque ella aún no acaba de decidir. El cine tiene la engañosa virtud de la brevedad; es una montaña rusa. Todas las emociones caben en un par de horas. Y está bien. Pero un libro gordo es, más que un entretenimiento, una compañía. El mejor libro es aquel que cierras con un nudo en la garganta, porque sabes lo mucho que vas a extrañar a los personajes, amigos que se despiden, en ocasiones, para no volver a ti jamás. Y, aunque no lo creas, está bien también, porque abren la puerta para nuevos amigos, igual de entrañables.
4. No lee sólamente un libro.
La lectura, ¿ya lo dije?, debe disfrutarse a nivel molecular. Cada palabra cuenta. Cada frase. Cada párrafo. En general, los autores procuramos no solo contar historias con personajes vivos sino hacerlo del mejor modo posible. Y a veces incluso la elección de un narrador en primera o tercera persona te puede llevar al llanto y la desesperación (bueno, igual depende, tampoco exageremos). Pero lo cierto es que la lectura no se trata sólo de “enterarse” de qué va un libro, sino de dejarse llevar por ese trabajoso hilvanado de palabras que hizo el autor con todo el cariño del mundo (y no, no exagero, porque cada libro es un pedazo de ti, bien que mal, una especie de desprendimiento del alma, un hijo, un manifiesto, un… bueh, pero tampoco nos azotemos en lo filosófico). El caso es que, si disfrutas de la lectura al básico nivel del recorrido línea por línea, entonces puedes leer lo que sea, cuando sea. En mi caso, lo que suelo hacer es combinar una lectura principal (alguna novela larga) con varias secundarias (una novela infantil chiquita o un libro de cuentos o de poemas), intercalándolos a lo largo del día. Eso me permite disfrutar de varios viajes, varias voces, varios colores y sabores, a la manera del que degusta un platillo fuerte con otros que dan sazón (sin que por ello sean menos importantes).
5. No teme leer lo que sea... pero tampoco lee por disciplina.
A menudo la pregunta no sólo es cómo lee Toño Malpica sino también: ¿qué lee Toño Malpica? Y a menudo la gente espera una respuesta tipo: “me gustan las novelas de terror inglesas”. O: “autores latinoamericanos, principalmente”. La pura verdad es que, cuando te enganchas con la lectura a nivel molecular, puedes abrazar –casi- cualquier libro (y sí añado el “casi” porque yo sigo sin poder abrazar (ni siquiera uno de esos abrazos flojitos de tía mojigata) “Paradiso”, por poner un ejemplo). En lo personal, y justo porque no leo la cuarta de forros y justo porque muchas veces lo que me prende es la curiosidad, leo muchas cosas nuevas. Y creo que también en lo novedoso está el goce lector, en el abandonar la zona de confort y aventurarse en terrenos desconocidos. A veces se demanda más compromiso intelectual, a veces más capacidad de concentración, a veces una mente más abierta, a veces otro tipo de complicidades, pero el secreto está en no forzar el auto convencimiento. O te late o al demonio. En el momento en que la lectura comienza a parecer una obligación, debe abandonarse. Si no hubo química con el autor… siempre habrá librerías de viejo dispuestas a hacer interesantes trueques (aunque yo sigo conservando mi ejemplar de “Paradiso”, por si las moscas).
6. No lee "por convivir".
Parece trivial y hasta ramplón y como que no checa mucho con los alcances de la lectura si se supone que uno lee para comentar el libro en Redes o con los cuates o en tu blog o… Pero pues no. La verdad es que pocas veces estás más solo que cuando lees. Son tú y tu libro. Y si lees por convivir, corres el peligro de leer para encajar. Es increíble la cantidad de gente que critica al brasileño calvo del que hablé en el punto 1 sin haberlo leído jamás, nomás por ir con la corriente. Pero también es cierto que, si lo lees y hay química, ¿quién soy yo para meterme entre tú y tu libro? La lectura es una experiencia individual, de emociones individuales. Y es injusto que otros te quieran imponer lo que debes sentir al leer cuando lo único cierto es que, al abrir un libro, esos otros están tan lejos de ti que ni vale la pena traerlos a cuento. Hay que leer a Dickens o a Dostoievsky porque te place hacerlo, aunque nadie esté hablando de ellos. Y, del mismo modo, no hay que leer a Stephanie Meyer o a George R. Martin sólo porque todo el mundo está hablando de ellos, aunque no te plazca hacerlo.
7. No cree que la lectura es la neta envuelta en huevo.
La lectura rifa. Y un montón. Pero tampoco es el santo grial. Si lo miras de cerca, leer no es más que esto: tú y un libro y algo de musiquita en el estéreo y el gato ronroneando a tus pies. Y claro, un montón de mundos y épocas y personajes y sensaciones y emociones… que no es cosa trivial. Pero tampoco es como para morirse. No te da super poderes ni te hace mejor ni peor persona ni te hace más cool ni más sexy ni más divertido ni más guapo ni más simpático. Es decir… a pesar de lo que muchas campañas de promoción de la lectura quieran hacerte creer, la lectura se parece más a un amor a escondidas que a una medalla de oro. Lo mejor de los libros no es lo que te dan en el ámbito social, sino en el personal. No lo que puedes presumir sino lo que puedes conservar contigo para siempre. Se lee por todo aquello que se desencadena en el interior, todo lo que ríes y lloras y lamentas y celebras en ese íntimo terreno en el que nadie más que tú (y acaso un pequeño príncipe o un chico que jamás creció o una niña con poderes mentales) cabe. Y cuando lo descubres, la lectura se vuelve un acto de amor a ti mismo, de esperanza, refugio, solaz y conciliación. Y es por ello que en verdad la lectura rifa. Y es entonces que empiezas a disfrutarla sin necesitar consejos de absolutamente nadie.