Mientras comemos está prohibido ver la tele; a menos que los papás escojan programa (créanme, la selección de los niños puede ser todo un atentado al apetito, y cualquiera que haya visto “Larva” me dará la razón). En todo caso, si cedemos al impulso, escogemos algo como “Juegos mentales” o “No tan obvio”. Ayer vimos “No tan obvio”. El anfitrión conectó un pepinillo a la electricidad y preguntó a los espontáneos qué pasaría. Uno dijo que brillaría, otro que explotaría, uno más que echaría humo y, finalmente, la chava del grupo afirmó, sonriente, que cobraría vida. En la dinámica familiar, cada quien dio su propia opinión: Bruno votó por que brillaría, Marifer por que explotaría como “bomba de la guerra”, la mamá se abstuvo de opinar (andaba en la cocina) y el papá, desde luego, apostó por que cobraría vida.
Decepcionantemente el pepinillo no se levantó por su propio pie demandando una cerveza y el periódico del día pero sí emitió una bonita luz verde brillante. Y algo de humo.
Muchas veces me han preguntado qué es escribir para niños y jóvenes. Y creo que se parece mucho a esto: La sonrisa de una chava, a todas luces cuerda, afirmando frente a todo el mundo que un pepinillo cobrará vida si se le pasa electricidad por el cuerpo.
Al final, si el pepinillo sólo brilla y echa humo, peor para él. Y al menos no será culpa nuestra.
Porque, con una aseveración así, ya estamos sentando las bases de un mundo mucho más divertido. Y bastante más perfecto.