1) Queridos amigos, les pido su ayuda para difundir estas imágenes. Este hombre fue visto por mi colonia molestando niños. Ayúdenme a que el desgraciado acabe tras las rejas.
2) Queridos amigos, les pido su ayuda para difundir estas imágenes. Este hombre salvó a mi abuelita; ella se desmayó en la calle y este señor la ayudó. Ayúdenme a que el samaritano obtenga una medalla.
“Ante la duda, abstente”, suele decir mi padre, un hombre por naturaleza cauteloso.
“Ante la duda, ve con todo”, dicen los gurús del internet. “Vive cada día como si fuera el último, el mundo es de los que se arriesgan” y otros ruidosos etcéteras.
Ajá. Pero… En tiempos donde lo que impera es ser frontal y decisivo (y bien perfumado), ¿en verdad alguien todavía…
...ejem…
…duda?
¿Cuál de las dos peticiones de “ayúdenme a difundir” de allá arriba es la buena?
¿Habríamos compartido ambas con el argumento de “sí, se ve que es un cochinote” o “sí, se ve que es re buena gente”?
Y aún la segunda vaya y pase (puntos extra para el fulano; aun si es mentira). Pero… ¿y la primera?
-Vi tu cara en el face, papá. ¿Es cierto que molestas niños?
-En realidad me peleé con la de las tortillas, hijo. Pero como nadie me va a creer pienso darme un tiro. Aunque tú no te preocupes, el seguro cubre todo.
Tenemos tan arraigada esta costumbre del morbo que aceptamos ciegamente cualquier cosa que nos amenace, el mínimo pretexto para sentir más miedo o más rabia lo aceptamos sin cuestionarnos nada. Bien contaba Michael Moore que la leyenda negra de las navajas en dulces de Halloween había creado una sicosis como ninguna otra cuando no hubo un solo caso real registrado. ¿Por qué? Porque el miedo rifa. Y la maldad vende.
A Michael Jackson lo declararon inocente. Pero pocos se acuerdan de eso o ya no les importó el resultado. Hubo incluso una reportera que escribió un libro sobre la conspiración mediática en contra del cantante. Y claro, ninguna editorial quiso publicarlo. ¿Por qué? Porque el miedo rifa. Y esa cosa en extinción, lo contrario a la maldad, eso… pues no vende.
Hace unos días yo mismo incurrí en este error. Critiqué el caso de los muchachos desaparecidos sin pensarlo dos veces. Y ahora que reflexiono, aunque es tan difícil saber la verdad sobre prácticamente nada, acaso la medida para opinar sea… ¿esto afecta o no a otro? Y si sí, ¿sé de lo que estoy hablando? ¿O mejor me callo la bocota?
Aquel incidente en el metro que presencié hace no mucho, donde un sujeto fue sorprendido atisbando con su celular bajo la falda de una usuaria me parece emblemático. Hubo una acusación directa y varios se metieron a defender a la chava. A patadas incluso. Así que no hablo por los demás pero ahora, días después, me pregunto… ¿Y si hubiera sido un malentendido? Okey, no, todo apuntaba a que no, pero… ¿y si sí? Claro que no, es que la chava, tú la viste, se veía muy decente y…
¿Pero y si sí?
Joder.
Antes de callarme la bocota quiero traer a cuento una frase que recordé de una película vieja (y acaso mala): “Oh, God”. Ahí, Dios (George Burns) dice algo así como esto: “En mí ya nadie cree. Pero nadie tiene un problema en creer en el Diablo. Basta con que una niña moje la alfombra y vomite crema de chícharos para que todo el mundo crea en él”.
Y ya me largo. Pero sí pensarse bien las cosas. De repente privilegiar esa palabrita tan menospreciada hoy en día. Perderle el miedo al titubeo y dejar a veces, pues sí, que fluya…ejem… pues sí… umh… la sana y a ratos benéfica… eh… eso, la Duda.