Querer al terruño

 
En el 78 yo era Italia; Juan, España; Javier, Alemania; Quique, Austria y Roger, Suecia. Ninguno escogió México (y eso que aún no sabíamos que ibamos a quedar en último) no por malicia ni malinchismo, sino porque nadie hubiera podido escogerlo y salirse con la suya. Y no, no había fervor patrio ni nada por el estilo (a nuestros 11/12 años, aún nos quedaba sobrado; con el “se levanta en el mástil mi bandera” de cada lunes teníamos) pero sí una identificación natural. Es decir, ninguno eligió México porque todos éramos México y porque bueno… nadie elige tampoco dónde prefiere nacer y los cinco éramos todo lo mexicanos que se puede ser.

Nadie nos lo enseñó pero todos lo sentíamos. Ganas de que al país le vaya bien. En el futbol, para empezar. Aquella derrota de México contra Túnez en ese mundial y lo que produjo entre la chamacada aún es un hilarante cuento de sobremesa en mi familia.

En el futbol, para empezar… Pero en todo lo demás, para seguir y acabar.

El nacionalismo, me parece, es una tontería. De pronto todos los países en competencia y alguno tiene que ser mejor que el otro y cae la primera bomba y al mundo se lo carga el payaso hasta el siguiente tratado de Versalles.

Pero nadie puede negar que escucha el himno de su país en un contexto internacional (aún si es muy horroroso y muy bélico) y siente algo (habrá quien hasta le parezca muy bello y muy poético) y lamenta no traer consigo un sombrero de charro y una matraca.

Nadie nos lo enseñó pero todos nos sentimos estúpidamente orgullosos de Fernando Valenzuela. O de Ana Guevara. O de Hugo Sánchez. O de Paola Longoria. A pesar de que no falta quien venga a cantártela: “es un triunfo personal suyo de él (o ella), aquí no pintan las banderas, que”.

Igual. Pero todo el mundo necesita colores en su camiseta del mismo modo que necesita un número en la puerta de su casa.

Los de este lado de la calle, los de esta colonia, los de este estado, los de este país, los de este planeta…

Nadie nos lo enseñó porque se nace con ello. Querer al terruño.

En el 78 yo era Italia. Pero México seré siempre, me guste o no. Y me gusta. Y quiero que le vaya bien. En el futbol, en la ciencia, en la música, en todo. Y ni siquiera toda la estupidez junta de sus gobernantes va a impedir que me lo crea.