#Niunamenos


 
Mi gratitud, de nueva cuenta.

Porque las cosas no han de cambiar hasta que cambien.

Porque cada nombre cuenta y una sola ausencia desata una indómita tristeza en cada casa donde hay una hija, una hermana, una esposa, una madre, una amiga.

Porque hace unos meses agradecía yo la valentía y el coraje, hablando en nombre de todas esas niñas aún fuera de la estadística y hoy, tristemente, tengo que decir que mi hija ya sumó un númerito a la gráfica. Un número chiquitito pero que importa como una semilla. Diré solamente que, para nuestra fortuna, no fue nada grave, apenas un idiota exhibicionista que pudo actuar a nuestras espaldas. Diré solamente que el valor de una niña de cinco años es mayor que toda la estulticia de un tipejo que se baja el pantalón. Y que el asunto le pareció incluso cómico a la niña. Pero en la gráfica ya es una semilla de odio y cobardía. ¿Quién, si no lo mueven estas razones, se atreve a algo así? ¿Quién, si se atreve a algo así, no es capaz de algo mucho peor en el futuro?

Mi gratitud, entonces, por levantar la voz.

Porque aunque las raíces de este problema estén en la antiquísima vileza del que abusa cobardemente porque puede, no deja de ser un problema de género. Y aunque quiero creer que son inmensa mayoría los hombres que serían incapaces de forzar, de agredir, de lastimar, el solo hecho de que ninguno de nosotros sienta el mismo miedo que siente una mujer cuando camina sola de noche lo convierte en un problema de género. Y nos toca apoyar desde la tribuna. Y agradecer, a nombre de las mujeres en nuestras vidas, este mensaje, este blindaje para el futuro, para que mi hija algún día pueda elegir sus zapatos, su atuendo, su paso por la vida, como lo hace ahora. Con libertad. Con alegría. Sin miedo.

Por eso, con todo el orgullo que puede sentir un espectador esperanzado, porque conozco el valor y la fortaleza de mi madre, de mi esposa, de mis hermanas y mis amigas, de mi hija de cinco años, a todas, en verdad…

Gracias.