Nomás para comentar que sí, que yo también he pensado que, después de responder por diezmilésima vez “en qué se inspiró para escribir…” y “cuál de sus libros es su favorito…” y “cuánto tiempo le toma escribir una novela…” y “a qué edad empezó a escribir…” y todas las demás de cajón, yo también he pensado que no estaría mal mejor disculparse, mandar una hojita con las respuestas, direccionar a los profes a un link de FAQs, grabar un video genérico saludando a la escuela (que bien puede ser todas las escuelas), enviar un pdf fácil de descargar e imprimir con foto y firma y dedicatoria (pon aquí tu nombre) para que peguen en la primera página del libro y sacudirse la culpa de estar frente a un salón de clases cuando bien podrías estar escribiendo tu siguiente libro, que es lo que te toca hacer porque, bueno, se supone que eres escritor.
Sí, yo también lo he pensado. Y principalmente en el trayecto a la escuela, muy de mañana, cuando te parece que es un crimen de lesa humanidad y la peor desventura que aquel café y aquella dona se hayan quedado a la mitad por haber tenido que salir greñudo y a las carreras.
Lo he pensado. Sí. Y hasta consentido.
Pero también es cierto que siempre, como por arte de magia, en cada escuela (que es como decir que en todas las escuelas), entre esos dos que se están jaloneando los cabellos y aquellos cuatro que cuchichean y ese último que se ha dormido sobre el pupitre, hay un chico o una chica que abraza el libro, que te mira como si escribir una historia fuese comparable a meter un gol de chilena en final de campeonato, que a la hora de la firma no te pide una foto sino un abrazo y a la hora de marcharte se despide a gritos a través del patio y consigue, de nueva cuenta, que esa idea de mejor disculparse y mandar una hojita y un link te parezca la peor ruindad del universo y te sientas agradecido de estar ahí y no en ningún otro lugar pues, a fin de cuentas, estás haciendo lo que te toca porque, bueno, no sólo se supone que seas escritor, sino también escritor de libros para niños, y eso, nada más por ese chico o esa chica, bien vale cada dona, cada café, cada párrafo no escrito y cada minuto de cada mañana de cada salón de clases (que es como decir todos los minutos de todas las mañanas de todos los salones de clases.)
Y te sorprendes pensando, en el trayecto de regreso a casa, que esa sí que es la mayor de las venturas.