Carta para encender una luz

 
 
Querido Yo del futuro cercano:
 

Antes que nada… ¿cómo estás?

(Pregunta retórica. Sé que estás perfectamente.)

¡Vaya! ¿De que otra forma podrías estar? ¿Y por qué otra razón te escribiría si no es porque te encuentras tan jodidamente bien que no te importa sostener esta charla con quien fuiste?

Honestamente, quise escribirte porque sé que de algún modo, en este momento, estás pensando en mí.

Y quiero que sepas que está bien.

Ahora que te parece que lo que viviste fue como un sueño y que todo se antoja brumoso e irreal y absurdo, quiero decirte que en realidad pasó.

Que en este momento está pasando.

El mundo en la ventana, las espantosas cifras, el olor a desinfectante, el coloquio en pantallita.

Todo. Todo pasó. Todo está pasando.

Ahora te parece extraño, fuera de sitio, difícil de creer. ¿En verdad hicimos esto y aquello?

Claro.

¿El encierro, la incertidumbre, el miedo?

Claro. Pasó.

Está pasando.

De aquí el que quisiera escribirte. Porque a mí la perspectiva me permite un cierto nivel de conciencia que vale la pena despertar en ti.

Y, por ello, pedirte algunas cosas.

La más obvia, para empezar.

¿Por qué no estás sonriendo como un imbécil?

Hazlo. Todos los días. Vale la pena. No me hagas decirte el porqué, carajo. Claro que lo sabes.

Una más.

Espero que estés atiborrando la agenda de reuniones. Y que tengas el anhelo de ser el primero en llegar y el último en irte. Y que lo cumplas.

Tambien quiero pedirte que te detengas bajo el sol sin motivo aparente. Y que promuevas la plática con aquel que te topes en la calle. Y que compres todo lo que puedas mirando al tendero a los ojos. Y que camines en la lluvia, claro, sin motivo aparente.

Quiero escucharte decir “¡Qué gusto verte! ¿gustas pasar?”, casi tantas veces como abras la puerta. Y oírte decir “¡Cómo! ¿te vas tan pronto?”, unas tantas más.

Quiero que recuerdes todos los rostros que puedas, en compensación por los días que tuviste que verlos a medias. Y que valores cómo la tristeza, la alegría, el enojo... no son patrimonio exclusivo de la mirada. Y que las sonrisas, cuando no son imaginadas, iluminan más que un reflector.

Te encargo que en la medida de lo posible estreches manos, obsequies abrazos, palmees espaldas, beses y te dejes besar. El ser humano necesita de eso para vivir. Supongo que ya te diste cuenta. (Este ser humano, al menos.)

Ve a más conciertos, juega más en equipo, baila.

Métete entre la gente.

Aprecia, siente, disfruta el pulso de una buena concurrencia.

Y por favor…

Tómate una foto en grupo. Una en donde la distancia más sana sea la del brazo sobre el hombro del de al lado. Y donde todos reflejen que este es el mejor momento para ser vivido.

Y me la mandas.

Por último te pido, nada más, que estés lo más próximo posible. Que acortes esta separación. Que vengas ya.

Y que me pienses como es posible pensar también al Yo del futuro más lejano. A aquel al que tal vez podamos encargarle que se precie de ambos. Y de todo lo que nos pasó. A ti y a mí. Para que pueda mirarnos con una sonrisa y asegurarnos que todo, al final, por supuesto, termina bien.

Porque… (pregunta retórica) ¿De que otra forma podría ser?
 
 
Con afecto,
 
Yo. Ahora.