20 años en la LIJ - 5
Naturalmente, cuando me empecé a hacer notar, también comenzaron a pedirme cosas. Que si una entrevista, que si un artículo, que si ser jurado, que si asistir a tal escuela (que merece entrada aparte), que si esto y que si aquello.
Y la verdad es que son tantas las ganas de un día vivir de la escritura, que agarraba todo lo que me aventaban. Víboras vivas y carbones encendidos también, como dicen por ahí.
Recuerdo, por ejemplo, cuando me quisieron incluir en las filas de los reseñistas de una revista. Había que leer un libro, reseñarlo, cobrar. Y eso fue lo que hice con el primero que me mandaron. Sólo que fui… umhh… tal vez demasiado honesto en mi reseña. Y aunque la publicaron, adivinen a quién no volvieron a llamar para una segunda participación.
En una de esas vueltas de la vida, recibí una llamada de cierto personaje que ubicaba perfectamente bien aunque conocía sólo un poco (la primera parte porque ya era una leyenda en el mundo de la LIJ en México y la segunda porque su esposa era mi editora en Castillo Macmillan).
Si no me equivoco eran los primeros meses del 2007 cuando recibí la llamada de Daniel Goldin al teléfono de la casa. A pesar de que habíamos tenido un trato muy ocasional en alguna cena o el pasillo de alguna feria, me trató con mucha familiaridad y me invitó a formar parte de una colección de libros de terror para chavos que estaba coordinando.
Y yo dije que sí porque, bueno, ni modo de negarse. Pero sí se sentía como un trabajo por encargo y yo ya estaba aprendiendo que no podía agarrar todo lo que me ofrecieran porque en una de esas hacía el papelón de que no me volvieran a llamar nunca jamás en la vida para una segunda reseña. (Okey, nunca lo superé pero estoy trabajando en ello).
La respuesta específica a Daniel fue: “Déjame pensar en algo y te aviso.”
Así que me esforcé para, en verdad, pensar en algo.
Todo fue sentarme en mi escritorio y decidir que quería escribir una novela de terror que cumpliera con las dos únicas condicionantes que me impuso Daniel: 1) Que espantara todo lo que pudiera y 2) Que no perdiera de vista que el público al que iría dirigida eran chavos de 12 años en adelante.
Y eso fue todo.
En verdad lo único que hice fue sentarme ante la hoja en blanco y pensar que quería escribir una novela de terror muy terrorífico para chavos de 12 en adelante.
¿Cuál fue tu inspiración para escribir “Siete esqueletos decapitados”?, probablemente sea la pregunta que más me han hecho en la vida (sólo en competencia con el célebre “¿me compras?” que utilizan mis hijos todos los días para poner a prueba mi despiadado corazón de piedra).
Y mi respuesta siempre es la misma: Ninguna.
Ninguna inspiración.
Ninguna.
Ya les hablaré yo de la mentada inspiración (que merece entrada aparte), porque de esa idea primigenia (ninguna) salieron dos mil páginas de una saga literaria que marcó un hito en mi carrera como escritor.
Era todavía el 2007 y yo tuve la suerte de poder enamorarme de un proyecto de encargo (no hay otra forma de hacerlo bien, creo) y entrarle a algo que me encantaba (el terror) aunque no supiera ni por dónde iba a entrarle exactamente.
Pero la verdad es que, de esa idea original (ninguna), saqué tanta tela para cortar como para escribir cinco libros, uno después del otro, durante diez años y sin bajarme nunca de un carrito de feria que tuvo bajadas, subidas y tanta adrenalina que cuando terminé, el desinflón emocional, aunado a la satisfacción de poner el punto final, fue como de quien culmina una maratón cuando creía que iba a necesitar paramédicos en el kilómetro cinco.
Nadie que se ponga a escribir una saga sabe en realidad en lo que se está metiendo. Eso seguro. Lo sé porque lo he platicado con otros escritores de sagas.
Y, con todo, ninguno de ellos cambiaría la experiencia por nada.
Es escribir bajo presión pero también escribir muy acompañado por el cariño. Lo he dicho antes y lo sostengo ahora. No hay lector más afectuoso que el lector de sagas. Termina en dos días un libro que a ti te tomó publicar dos años. Pero igual te espera otros dos años con paciencia y buena vibra. Y te echa porras.
Con todo, al decir que siempre estuve acompañado, también me refiero al equipo que rodeó a los libros para que funcionaran desde el principio. Y ahí también hubo mucho, mucho cariño.
Tanto edición (que también merece entrada aparte) como promoción fueron dos máquinas muy bien aceitaditas y muy comprometidas al interior de la editorial. No voy a decir que “todo se lo debo a mi mánager” (espero que alguien entienda la referencia), pero sí una graaaan parte. (Por eso creo que debo hablar, después, de los editores.) Sin Daniel, primero, y Sandra Sepúlveda después, no hubiera llegado de pie al final y sin dolor de caballo. Y sin la gente que se empeñó en que los libros fueran conocidos, “El libro de los héroes” seguro se habría quedado en el segundo o tercer volumen, por mucho que me empeñara en la calidad del contenido.
El mundo editorial está compuesto por muchas personas. Todas de carne y hueso. Y no se nos debe olvidar que cada quien hace su parte de la mejor manera posible. A veces con verdadera devoción.
Hoy en día Daniel y yo somos muy buenos amigos. Lo mismo ocurrió con todos los que tomaron los libros de la saga en sus manos. Y así me ha ocurrido en varias editoriales en las que he estado inmiscuido.
Diez años. Dos mil páginas. Sergio Mendhoza es un hijo más para mí. Uno de papel. Y marcó un hito en mi carrera porque me enseñó que la escritura también puede ser una carrera de fondo. Acostumbrado como estaba (como estoy) a escribir rápido y despachar rápido, los libros de ese chico que se llevaban dos años en salir me enseñaron que a veces vale la pena dejar madurar el fruto para que permanezca más y sepa mejor. Y que el cariño que uno siente por sus personajes, no por estar dirigido a seres incapaces de mandarte un whatsapp o ayudarte a cambiar una llanta o invitarte un trago, está mal dirigido. Porque a veces, sólo así, se consigue que el lector también los quiera.
“Para Sergio, Brianda y Jop. Gracias por todo, chicos” dice la dedicatoria de “Principio y fin”, último libro de la saga. Y acaso esas líneas estén, de toda mi producción editorial, entre aquellas de las que me sienta más orgulloso.
En resumen, el gusto juega. Pero el cariño es igualmente importante. Tanto con lo que pasa al interior de la página como con lo que pasa fuera de ella. Y se sonríe más, al final de la carrera, cuando juega también el corazón en el proceso.