Finales felices

En el mundo de los demasiados libros, pareciera que lo que nos toca a los autores es aceptar el siguiente ciclo de vida de una obra: ser gestada, editada, publicada, vendida (en la medida de lo posible) y, en función de lo que se consiga en la fase anterior, pasar al nirvana de la primera reimpresión o… pasar al purgatorio de la máquina de confetti.

Recordarán ustedes que hace un par de meses escribí una lacrimosa elegía (entrada anterior) donde contaba que una editorial me avisaba que un libro mío debía devolver sus moléculas al universo ya que no había pasado al segundo nivel del videojuego. (¡Game over, looser, next player please!)

De hecho, fueron dos libros míos al final. (Ouch).

Pero esta vez vengo a contarles que, en una de esas, el ciclo de vida puede cambiar si se suman voluntades.

Es decir que una obra puede ser gestada, editada, publicada, vendida y, en caso de no alcanzar el nirvana de la primera reimpresión, sí pasar al cielo de los últimos lectores, esos que pueden estar lejos de los canales comerciales, pero cerca de las instituciones más altruistas.

Me acaba de avisar IBBY que ya tiene consigo a los refugiados que escaparon del destino fatal del reciclaje.

Fanfarrias.

(Entendámonos, se recicla el papel, pero las ideas, el cariño que se puso desde la concepción de una historia, hasta su trabajo en conjunto con editores, maquetadores, diseñadores… ese se pierde para siempre; podemos leer el Quijote en línea y es el mismo que escribió Cervantes, pero la edición con dibujos de Doré que te leía tu abuelito se merece un lugar en el mundo y pensar lo contrario rompe el corazón, entendámonos).

El caso es que sí se puede. La editorial, IBBY y su servidor hicimos lo más sencillo: pensar en una posibilidad distinta. (Mil gracias, en verdad, por ello). Y ahí están, treinta cajas en la biblioteca de una institución que se dedica a eso, a conectar libros con lectores.

Ahora, que llegue cada ejemplar a las manos adecuadas. Ojalá.

Mientras tanto, démonos permiso de idear finales felices. Porque sí se puede. Y porque para eso hacemos literatura.

Fanfarrias, pues.