Me preguntabas el otro día que porqué escribo libros. Y te respondí lo usual (que además también es cierto): Porque me gusta, porque ayuda a pagar las cuentas, porque de las cosas que sé hacer, es la que (parece que) hago mejor. Pero en estos días en los que has estado inquieto, con problemas de sueño y miedos incomprensibles, descubrí con horror que un papá escritor sirve para bastante poco. Un papá médico te quita el catarro, un papá ingeniero (de los de a deveras) te arregla la bici, un papá domador de leones te doma los leones (ajá, en esta ciudad nunca se sabe). ¿Y un papá escritor? Tú con gripe o con la bici desconchinflada o con una fiera en el clóset y yo con que “deja prendo la compu, a ver qué se puede hacer”. Y abrir un archivo de word y poner capítulo uno y teclear era de noche y llovía y darse cuenta a media frase de lo heroico que debe parecerle un papá doctor a su hijo enfermo mientras que uno está pensando aún la vuelta de tuerca en la anécdota y la complejidad en el personaje. Y es que ayer, en la noche, tú creías que dormía pero te oía dar vueltas y vueltas en la cama y yo pensando, ándale, que fuera yo un papá mago o superhéroe o hipnotista para poder decirte: tengo el poder de hacer que se vayan tus miedos, dos pases mágicos, ¡cachaflán! y hasta mañana. Y en mi tristeza y frustración fue que, a media noche, supe porqué, en realidad, escribo libros.
Porque es la única forma que encuentro a la mano para componer la realidad.
La tuya, la mía, la de todos.
La escritura es el único modo que se me ocurre para conseguir que las hadas hablen por celular, los niños de la calle vuelen y los personajes conozcan a su creador (serias fallas del universo todas), pero, sobre todo, es la única forma posible para lograr que los dos tengamos ocho años y juguemos minecraft y luego fut y, al levantar la vista, todo sea perfecto; la noche, un regalo; los miedos, un soplo de viento. Creo, querido Bruno, que al final escribo porque, al rediseñar de este modo el mundo, puedo prometerte sin temor a equivocarme que, si las hadas tienen plan de prepago y los ángeles se bañan en las fuentes y el Principito puede salirse de su libro, entonces, en un futuro no muy lejano, todo va a estar bien, pase lo que pase.
Aunque tengamos que buscar siempre quién arregle la bicicleta.