Para Bruno

Toco en el piano, ociosamente, las primeras notas de tu canción de cuna.

“No, pa, cállate”, me dices.

“¿Por qué?”, pregunto.

“No sé, pero no la toques.”

Ante mi callada resignación, te ves obligado a explicar.

“Es que… me pone triste, creo”.

Estás a meses de cumplir 18. Y a esa edad -dicen- uno se vuelve mayor.

Mayor, sí. Uno de esos seres propensos a la melancolía.

Porque hay que ser una persona mayor para mirar atrás y ponerse triste.

Los niños, cuando miran atrás, se aburren enseguida. Es tan corto el panorama que ni caso tiene ese vistazo. (“¡Parece que fue ayer que dejaste el biberón!” (Y tal vez así haya sido)).

Cuando eres niño, siempre miras hacia adelante.

Porque adelante está la vida toda.

Los mundos que vas a conquistar. Las profesiones que vas a estudiar. Los miles de jonrones que has de conectar.

Es tan promisorio ese horizonte que no dejas de mirarlo. Y no dejas de ir en pos.

El asunto es que, en ese andar está la vida. No al final, sino durante.

Y es por ello que un día, acaso a meses de cumplir 18, quizá por curiosidad, haces un alto en el camino.

Y te sorprendes abriendo el baúl de los juguetes viejos. Visitando el parque donde fuiste feliz. Escuchando la tonadita con que te arrullaban tus padres.

Y te pones triste. Crees.

Es sólo que has mirado atrás. Aquello que antes estaba al alcance de la mano, ahora se percibe lejos. Muy lejos. Inalcanzable.

Hay que aceptarlo. Te fuiste de ese país sin darte cuenta.

¿Esas manos tan grandes en verdad son tuyas? ¿Y esa voz de hombre, también?

Otro vistazo. Sí. Ahí están. Los muñecos. Los columpios. Las canciones.

Pero ya no te pertenecen.

Por eso la tristeza. Que no es tristeza sino añoranza, nostalgia, evocación.

Un sentimiento bueno, te lo digo yo.

Porque cuando te visita, te permite adquirir un visado y volver de vez en cuando. Aunque sea como turista.

Abrir un libro de A la orilla del viento. Mirar un show de Cartoon networks. Armar un Lego.

Acabarte la caja de paletas Payaso.

Ser niño siempre que quieras.

Porque la risa es la misma de antaño. Esa viajó contigo. Y lo seguirá haciendo.

Lo sé porque he estado ahí todo el tiempo. Y tu risa es igualita que la que te daba con las cosquillas. Te lo digo yo.

Sí, yo. Una de esas personas para las que, quieras o no, siempre tendrás la edad exacta para ser arrullado con su propia canción de cuna.

Aunque hayas terminado la prepa y prefieras el sushi a los nuggets.

Porque frente a ti permanece el mismo horizonte promisorio. Y tienes mundos todavía que conquistar.

Porque crecerás todo lo que quieras, pero siempre serás mi chamaco.

❤️