Carta abierta a los…


 
Queridos reyes magos:

 
Son ustedes un fraude.
Todo el mundo sabe que mis hijos son unos demonios, que cada año se superan a sí mismos en aquello de portarse mal y ustedes, el seis… tengan sus regalotes.
Uno ya no puede utilizar aquella de “te están viendo los reyes magos” porque ustedes, o no entienden, o trabajan para el bando equivocado.
¿Aquella tan bonita de “sigue portándote así y los reyes te van a dejar un carbón en el zapato”? Para llorar. La llevaron al desuso total.
Algo no funciona, Melchor.
Sí, ya sé que yo también, de niño, me portaba igual de horrible y aún así me traían mis juguetotes, pero entonces va a resultar que el mundo está como está por culpa de gente como ustedes, incapaces de discernir cuándo le toca un dulce al niño y cuándo un buen manazo.
 
O será... quizás... que es cierto aquello que dicen por ahí, de que los reyes son… eh… umh… eh… bueno, ustedes saben.
 
Y entonces no hay para dónde hacerse porque no hay rey mago que salga a la calle dispuesto a comprar un kilo de carbón para escarmentar a quien haya que escarmentar… y regrese siquiera con un cuartito.
Menos si un día antes uno de los demonios, el de la risita más pícara, ha preguntado a su padre si él cree que le traerán lo que pidió aunque se haya portado tan mal porque promete -ahora sí lo juro lo juro lo juro- portarse bien en adelante.
Porque eso sí que lo ven ustedes, ¿no, Gaspar? Y son perfectamente capaces de conocer el saldo de una tarjeta de crédito y el corazón de pollo de quien firma el voucher… pero absolutamente incapaces de notar que el par de demonios les están viendo la cara un año más. ¿O no, Baltasar?
Así no hay economía que aguante.
Son ustedes un fraude, ya lo dije.
Los tres.
 
Y ojalá nunca dejen de serlo.
 
 
Con cariño,
el que ayuda en piyama a armar los legos.