Y que en Monterrey me encuentro con esta lectora que alguna vez me mandó un inicio de novela y que le pregunto que cómo va con eso y que me dice que no va más y que le pregunto que por qué y que me dice que, como nunca le contesté si le parecía buena o mala, prefirió botarla. Y que me infarto. O algo así. La aparente responsabilidad del autor con tantas cosas en la cabeza como para no poder leer todo lo que le mandan, malogrando así, carreras literarias en ciernes, me golpeó como una bola de demolición en el pecho.
Pero luego pensé que nanay. Y me fui a cenar pizza con mis cuates.
Así que va el mensaje.
Querido escritor en ciernes:
Si puedes, por cualquier razón que se te ocurra (*), dejar de escribir, entonces hazlo. Serás feliz.
Y créeme, nadie lo resentirá.
Si, en cambio, nada en el mundo (*) puede impedir que escribas, entonces bienvenido. No sé si serás feliz.
Pero créeme, valdrá la pena.
(*) La falta de opiniones favorables, la falta de un título universitario, la falta de tiempo, de dinero, de imaginación, de talento, de lo que tú gustes y mandes…
En mi opinión, escritor no es quien ve su nombre en una portada o invitan a Ferias de Libro o gana premios literarios. Es aquel que no se ve a sí mismo haciendo otra cosa que escribir, que ha intentado dejarlo y no ha podido, que lamenta muchas veces esa horrible compulsión para la cual, el único alivio que le sirve, es sentarse a escupir palabras sin preguntarse si serán buenas o malas o dignas de mención en alguna revista especializada o algún canal de Youtube.
Todo lo demás es glamour. Y no rifa tanto una entrevista en la tele como aniquilar un demonio en la intimidad de tu estudio. Esa es la pura verdad.