Al respecto del próximo Día del Padre, me gustaría decir que estuve en el nacimiento de mis dos hijos. Aterrorizado.
También me gustaría decir que desde el día en que llegó el primero, por supuesto que he dormido de corrido. Como dos o tres veces. En casi nueve años.
También sería bueno aclarar que yo alguna vez tuve el cabello oscuro. Sí. Hasta el primer biberón.
Y que no siempre me supe la canción de Dora la Exploradora. O la de Phineas y Ferb. Y mucho menos la de Jessie (no pregunten, por favor).
También me gustaría contar que hubo un tiempo en que me invitaban a fiestas e iba a fiestas. Un tiempo en el que en el cine veía películas de adultos y en la tele programas de adultos y hasta podía mentar madres en mi propia casa como hacen los adultos sin tener que fijarme quién anda rondando en piyama de ranitas o guitarritas por la habitación.
Y que, por voluntad propia, jamás habría querido conocer el sabor de la pasta de dientes de las princesas de Disney. O cantar el “Dale dale dale” más de diez veces al año. O salir a comprar un Motrin a medio partido de los pumas.
Jamás. Por voluntad propia.
Y mucho menos, pero muchísimo menos, tener que estar en primera fila oyendo a un montón de chamacos desafinados cantando a Timbiriche.
Pero qué le vamos a hacer.
He estado ahí desde que llegaron al mundo.
Y mañana, que empiezan los festivales, kinder y primaria, el desayuno con café aguado y el Hoytengoquedecirtepapá... pues ni modo, también tendré que estar, celular en mano.
Pero sepan todos ustedes que hubo un tiempo de mi vida en que conducía Ferraris, escalaba montañas, domesticaba leones y luchaba contra el crimen. Todo con una mano atada a la espalda. ¡Ja!
Y decidía la programación de mi propia tele. ¡Doble ja!
Pero bueno, al respecto del próximo Día del Padre, también es justo decir que me aburría bastante más.