Amigos, nomás para contar que el viernes pasado, en mi última visita escolar de este curso, me preguntaron unos chicos de 5°, nuevamente, que si me gusta escribir para niños. Nuevamente dije que no, que lo hago por la fama y la fortuna, y una que otra risa se escapó de su encierro y dio saltos de rana al interior del salón hasta huir por la ventana y seguí, claro, contestando más amables preguntas.
El asunto es que creo que a estas alturas del partido ya no se trata de si me gusta o no. Se trata (horror del espacio exterior) de que ya no sé hacer otra cosa.
Me pongo a escribir (quesque) para grandes y termino cediendo a la tentación de que al sujeto de la ventanilla tres lo devore un conejo mutante.
Claro, paga las cuentas. Y también hace que de repente salga uno en la tele (lo cual no implica que mis hijos prefieran abandonar Netflix sólo porque su papá está en cuadro). Pero ya no se trata de que me haga sentir como entre hadas y duendes bonachones, se trata de que, puestos a imaginar, suponiendo que me corrieran de este trabajo… por muy buena liquidación que me dieran… ¿A qué, por las barbas de Robinson Crusoe, podría dedicarme ahora? (Ladrillazo patrocinado por el pingüino Tux a todo aquel que alce la mano para decir “¡A la ingeniería de sistemas!”).
O sea que sí, ya se volvió un trabajo. Porque a esto me dedico. Porque eso pongo en mis tarjetas de presentación. Porque me veo obligado a subirme a un cohete o a una fragata o a una alfombra mágica para traer el pan a la casa. Me guste o no me guste.
Pero también es cierto que pasa que estás esperando a medio pasillo de la escuela primaria a la que te invitaron porque aún no viene el transporte para llevarte a tu casa y estás enviando un mensaje de whatsapp y apuntando algo en la agenda y contestando un correo y coincide con que los de 5° salen al comedor en ese momento y todos al pasar por el pasillo te dicen adiós Toño Malpica y te palmean la espalda y varios hasta se regresan para darte un abrazo y tú en la urgencia de que tienes que coordinar noséquécosa de tu chamba de escritor para niños y jóvenes ni sueltas el celular pero igual el aliento gentil de ese dragón bondadoso que pasó como una ráfaga te ha llevado a una isla lejana y te ha traído de vuelta en quince segundos para que al quedarte otra vez solo en el pasillo te venga a la cabeza esa pregunta que, de nueva cuenta, te han hecho minutos antes.
Amigos, nomás para contar que el viernes hubo reparto de utilidades en esta chamba de la que, espero, nunca me corran.
Y parece que tuvo buen año la empresa.