El año se fue y casi me parece una obligación decir cuán tremendo es que pueda yo escribir, como si tal cosa, justamente eso, “el año se fue”.
Tremendo.
Porque no puedo evitar pensar, por ejemplo, en mi amigo X, que vino a la casa en septiembre en una visita pactada y cordial y breve. Con cubrebocas y sana distancia y gel a la entrada.
Tremendo poder escribir también que X nunca ocupó una silla ni bebió de un vaso. Y que en la plática salió a relucir, de nuevo, que no podía conseguir la saga completa. Que esperaba volver a la ciudad antes de finalizar el año. Que ya me comentaría el ejemplar que le obsequié de “Mal Tiempo”.
Tremendo porque cuando X estuvo por esos breves minutos en casa y evitamos chocar puños y saludó a mis hijos de lejos y a los perros de cerca, la muerte no rondaba y X era como cualquier otro que habla del clima y de música y de libros. Como Y o como Z. O como yo mismo, por ejemplo.
Y el asunto es que X ya no está entre nosotros desde hace un par de semanas.
El año se fue y yo no puedo dejar de pensar que yo puedo ocupar una silla. Y beber de un vaso. Y tomar una pluma. Para plasmar una dedicatoria a algún amigo o escribir “el año se fue”. Todavía.
Pero tantos otros no.
Y no dejo de pensar en mí mismo haciendo una visita, con cubrebocas y sana distancia por breves minutos y asuntos cordiales a quien ustedes gusten y manden porque nadie es perfecto y el encierro no es una ley inquebrantable y lo social lo traemos pegado al cuerpo.
Y el asunto me parece en verdad tremendo.
Porque bueno…
El año se fue y me descubro afortunado. Tremendamente afortunado.
Por el simple hecho de este tecleo. Y lo que contemplo al mirar por la ventana. Y la sensación del aire en mis pulmones.
Aunque en mi balance haya tantos números rojos.
Tal vez bebí demasiado. Tal vez busqué poco a mis amigos. Tal vez comí demasiado. Tal vez jugué poco con mis hijos. Tal vez desperdicié demasiado el tiempo. Tal vez fui muy ostracista. Tal vez no fui lo suficientemente ostracista. Tal vez no debí ver esa serie. Tal vez no debí leer ese libro. Tal vez debí ver esa serie. Tal vez debí leer ese libro.
Tal vez…
O seguramente…
Pero lo cierto es que no creo que nadie pueda verse en el mismo espejo del enero pasado. Y un algo de locura nos ha pegado a todos.
Y de furia y de rabia y de dolor. Por X. Por Y. Por Z. Por nosotros.
Por nuestro apaleado mundo.
El año se fue y creo que ya bastante es poder decirlo, teclearlo, paladearlo. Así lo hagamos descubriéndonos greñudos, gordos, sentimentales, irritables, explosivos, gruñones, insoportables, chillones, insufribles, imposibles, irreconocibles…
Porque fue un año como ningún otro año que hayamos vivido.
Y nosotros no somos los mismos.
Pero somos. Y estamos.
Que ya es bastante.
Y es motivo para celebrar. Y brindar. Y decir “Salud” aunque sea con la sonrisa chueca y la lágrima presta, que en estas circunstancias bien puede ser la forma más tremenda y más sublime de brindar por el futuro, tan incierto como siempre pero con tantos días como noches en su espléndido inventario.