La situación ideal


Me acordaba justo hoy de una mañana del 2003, una mañana en la que se me ocurrió ponerme a escribir una novela de un chico ajedrecista; me acordé porque entonces tenía encima la mayor de las presiones: quería ganar un premio con esa historia; tenía muchas deudas y poco tiempo para escribirla y una chamba de dizque dueño de un café que pagaba poco y mal; me acordé porque en ese entonces acariciaba en mi mente la posibilidad de algún día dedicarme a escribir sin presiones de ningún tipo, ni la de si ganará el concurso o si llegaré a fin de mes o si en la tarde tengo que atender mesas en vez de continuar la historia; y de pronto, en días como hoy, pareciera que se cumplió el sueño, porque puedo sentarme a escribir sin pensar si esto que traigo entre manos ganará un concurso (ya no participo) o si llegaré a fin de mes (siempre lo hago, aunque sea de rodillas) y porque tengo la tarde entera para poner “era de noche y llovía” (y el único café que sirvo es el que yo me tomo); me imagino a aquel Toño de hace casi veinte años envidiándome a la distancia, diciendo “maldito afortunado” al tiempo en que corre a entregar un té de manzanilla que pidieron a tres cuadras y recibir dos pesos de propina; quise traerlo a cuento porque en verdad, así a la distancia, pareciera la situación ideal, aunque las deudas permanezcan y las cuentas no se paguen solas; pero no, estimado Toño del pasado, no es así; no; que lo sepas; la verdadera situación ideal ya estaba ahí, en el 2003, cuando derrumbaste la cuarta pared de una historia, desde fuera, y te colaste hacia adentro, para ser uno más, uno al que lo único que le importaba era contar lo que pasaba, y no un concurso, ni una fecha límite ni un reclamo por la tardanza del expreso; esa mañana en que por tres cuartos de hora, tal vez la hora completa, escribiste sin mirar hacia los lados, como puede hacer cualquiera en la sala de su casa, mientras espera el pesero, tras el mostrador de un café o en un cuarto con vista, la situación ideal… ya estaba ahí; por eso lo pongo aquí, frente a todo el mundo (quizás alguien más traiga algo entre manos, su primera novela juvenil, quién sabe); porque me acordaba justo hoy que una mañana del 2003 imaginé la posibilidad de sentarme a escribir sin presiones de ningún tipo como si eso significara algo, como si a quien teclea “era de noche y llovía” o, para el caso, “Jaque mate en tres jugadas”, le importara un carajo si su ventana apunta hacia el mar o si las bombas detonan a diez metros de distancia o si la oficina del jefe está justo pasando el pasillo; al final lo único que importa es si él y ella se enamoran, si el ejército enemigo depondrá las armas, si Ulises Bernal gana o pierde la última partida; al final lo único que importa es si puedes poner un punto final a un párrafo sintiendo verdadero alivio; porque contaste lo que tenías que contar; eso; y absolutamente nada más.