De qué hablo cuando hablo de la FILIJ


 
Fue justo durante la pasada emisión de la FILIJ que me nombraron “Embajador FILIJ”. Si usted no sabe qué significa eso, no se preocupe. La mayoría de los involucrados tampoco, incluyendo anteriores embajadores. Es un nombramiento honorario, eso sí. Y se supone que uno tiene que hacer todo lo que pueda, durante el año que le toca, por la LIJ mexicana. ¿Es un poco como la rifa del tigre? Sí. ¿Es un gran honor ostentar el cargo? Principalmente. En mi caso, sigo sintiendo (como mucho de lo que me pasa cuando la LIJ está inmiscuida) que el saco me queda grande. Pero también es cierto que era imposible negarse: al menos tres del comité de selección me pidieron que aceptara ser nominado; y acepté. La selección, al parecer, fue unánime; y me quedé.

Desde aquella pasada emisión poco ha acontecido en torno al nombramiento. No entraré en detalles pero el asunto ha tenido bastante menos que ver con lo que ha ocurrido en años anteriores. Coyunturas, que le llaman. Con todo, es cierto que dentro de los “compromisos” que atañen al embajador está: “…difundir nacional e internacionalmente la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil” (cláusula once de las bases de la convocatoria para la selección del Embajador) y esa es la principal razón por la que, supongo, me desperté un día pensando: “¡Al diablo la selfie que soñé tomarme en Bolonia! ¿Y si no hay feria este año?”

Espantado -como todos- por las políticas de austeridad, tuve esa no tan grata revelación de un negro -pero posible- futuro. Justo es decir, no obstante, que dos minutos después ya estaba roncando de nuevo. La semillita, de cualquier modo, estaba sembrada. Y como usuario de la feria, me preocupé. Como autor, me angustié. Y como embajador, me pregunté si había algo que pudiera hacer para, al menos, asegurarme de que tan distópico y negro futuro no ocurriera.

Justo es decir también que una vez me mandaron llamar del FCE. Yo creí que como embajador pero no, como Toño Malpica. En esa ocasión sí se habló de la FILIJ… pero la de Mérida. No la nuestra. Lo cual no abonó mucho a mi tranquilidad.

Luego -justo es decir nuevamente que- me mandaron llamar de la DGP. Yo creí que como Toño Malpica pero no, como embajador. Y esa vez sí se habló de la FILIJ, la nuestra. Y aunque eso abonó a mi tranquilidad, me despertó nuevas angustias. ¿Por qué? Pues porque era evidente que muchas cosas iban a cambiar. La mayoría de ellas… por necesidad. ¿Qué necesidad? La ya tradicional de hacer más con menos. La de que el dinero no alcanza. La de tener que ajustarse el cinturón a como dé lugar porque el presupuesto… cómo le cuento…

En fin. Que esas nuevas angustias eran reales, ya no inventadas. La feria iba a cambiar. De sede, de formato, de administración… Y cuando algo, en tu opinión, funciona bien, ¿Cómo para qué sacar la llave de tuercas, el desarmador y el martillo? Pues eso. Pero la llave de tuercas, el desarmador y el martillo ahí estaban. Sobre la mesa. Listos para usarse.

Dejemos un poco a un lado el asunto éste del dinero. (No. A mí tampoco me queda claro si de plano no hay o más bien el que antes se usaba para X ahora se quiere usar para Y, pero igual no resuelve nada tratar de descifrarlo).

Partamos simplemente de que la feria tiene que cambiar. Y eso, ya de entrada, cuando creíamos que habíamos encontrado un modelo idóneo (hasta con campo de futbol incluido), pone de los nervios.

¿De qué hablo cuando hablo de FILIJ?

Hablo del lugar en el que por fuerza, año con año, me encuentro con mis lectores. Y con mis amigos. (Y amo que cada vez se confundan más unos con otros).

Hablo del sitio que me acogió como autor hace más de 15 años cuando gané aquel insólito Gran Angular y me sentí, literal, como en cuento de hadas.

Hablo del lugar en el que he reído un montón de veces y llorado al menos una, detrás de un micrófono y frente a cientos de personas.

Hablo de un jardín en el que he tocado el piano y he hecho aparecer una rana en un auditorio y me he tirado a hacer picnic y he sido guardameta.

Hablo de la inconfundible sensación de estar bien y estar en casa cuando ves un libro tuyo en un estante y puedes fingir indiferencia.

Hablo de la tremenda e irrepetible posibilidad de encontrarte en un pasillo a aquel que te ilustró un libro o aquella que te editó una novela o éste que te concedió una reseña en su blog. Y saber que a todos nos une lo mismo. Y que estamos ahí por ello. Y que al menos por esos diez días es lo más importante del mundo.

Cuando hablo de FILIJ no pienso en cifras. Pienso en sensaciones. Recuerdos. Expectativas. Libros. Muchos libros.

Y eso es lo que, (¡Por las malolientes barbas de Sauron!), no debe cambiar, perdone usted el exabrupto.

La feria cambia en la próxima emisión. Es un hecho. No hay embajaduría que detenga eso.

Pero no podemos permitir que cambie, o nos cambien, el cariño que le tenemos. De ahí la vigilancia necesaria en estos días. A mí también me ponen (¡mucho!) de los nervios los temas de protección civil que nos aseguran que tienen resueltos. Y siento feo al no ver en el mapa la bebeteca. (Pero tal vez sólo sea que mi vista ya no es muy buena.) Tal vez lo mío, lo nuestro, no sea sino el natural temor de quien vuelve a casa después de haberla puesto en manos de un arquitecto cuyas credenciales desconoce. ¿Será mejor? ¿Será peor? ¿Y si el azulejo no combina con la puerta?

¿Cómo será la versión 39 de nuestra amada FILIJ?

Imposible decirlo por ahora. Distinta, sí. Desde luego.

Pero eso no le quita que siga siendo nuestra casa. A la que queremos mucho.

Y por eso hay que estar expectantes. Muy expectantes.

Yo, por lo pronto, no pienso ir a ningún lado, se los aseguro. Ni siquiera a Frankfurt, aunque no lo crean.